Para el artista ecuatoriano Oscar Santillán “las tecnologías son las que nos permiten pensar” y que antes de alguna irrupción tecnológica “no se puede ni siquiera articular imaginariamente aquello que puedes hacer”. Por eso, reflexiona, las posibilidades que trae la Inteligencia Artificial sin inimaginables, pero no por eso hay que temerles.
Santillán (1980) es un artista visual que vive y trabaja entre los Países Bajos y su país natal y que a través de su obra ingresa en las conexiones entre ciencia, ficción y perspectivas no-humanas, para detectar los límites de la “realidad normativa” y teoriza sobre posibles presentes alternativos a través de una proyección de los saberes ancestrales.
Tras la visita de la mexicana Marcelas Armas, fue el segundo invitado del programa Presente Continuo, organizado por Fundación Bunge y Born y Fundación Williams, con la participación de Fundación Andreani y el Centro Cultural de España en Buenos Aires.
En 2011, Santillán realizó una Maestría en Bellas Artes en el Departamento de Escultura de la Virginia Commonwealth University (EEUU) y ha sido investigador senior en el Davis Center for AI (EEUU), investigador en NIAS (Países Bajos), y es actualmente asesor en De Ateliers Amsterdam (Países Bajos). Además, tuvo muestras individuales en el Museo Universitario Arte Contemporáneo MUAC (México), el Kunstinstituut Melly (Países Bajos), el Radius CCA (Países Bajos) y el Copperfield (Gran Bretaña), por nombrar algunas.
Fundador del Studio Antimundo, radicado entre Ámsterdam y Quito, en este diálogo con Infobae Cultura, que se realizó vía Zoom, reflexiona sobre algunos de los puntos clave de su obra, como también sobre el uso de la Inteligencia Artificial en el arte y las limitaciones “cuando se hace un reclamo simbólico-político del pasado” en el arte, entre otros temas.
— ¿Cómo las nuevas tecnologías están cambiando la forma de producir arte?
— Creo que es interesante aquí plantearse lo siguiente. Y es que la historia del arte se puede pensar como la historia de las tecnologías con las cuales hacemos arte. Aquellos medios que llamamos normalmente tradicionales, como el tallado en madera, la serigrafía o la pintura al óleo, surgen de diferentes tecnologías, herramientas y mecanismos para poder llevarse a cabo y al mismo tiempo cada una abre sus propias posibilidades de aquello que se puede hacer con estas tecnologías. Entonces de alguna forma, la tecnología modela aquello que los humanos podemos pensar siquiera.
Otro ejemplo, hasta la invención del medio fotográfico, en la segunda mitad del siglo XIX, no podíamos pensar en la idea de capturar un momento tal cual, sí de capturar una situación que era lo que se podía aspirar previamente, pero no capturar lo que pasa en un segundo. Eso ni siquiera era mentalmente concebible previo a la aparición de esa tecnología. Entonces, es interesante ver que la tecnología no es simplemente, como generalmente se la concibe, una herramienta vaciada de contenido a la que los seres humanos llegamos como a un mundo platónico y la llenamos de ideas y tampoco es, se supone, nada más que un medio. Lo cierto es lo contrario y es que son las tecnologías las que nos permiten pensar. O sea, previo a que aparezca una tecnología, no se puede ni siquiera articular imaginariamente aquello que puedes hacer.
— En tu caso, tu obra está muy atravesada por distintos elementos tecnológicos, pero a su vez tiene un anclaje en ciertas piezas con los elementos ancestrales: ¿Cómo se produce ese juego?
— Uno de los factores que a mí me interesan más tienen que ver con esta relación entre tecnologías ancestrales y tecnologías emergentes. Entonces, en lugar de pensarlas como opuestos, las pienso más bien como parte de un continuo que nos permite imaginar un futuro que es diferente al futuro normativo.
— ¿A qué te referís con futuro normativo?
— Me refiero al futuro que solamente podemos invocar como consecuencia lógica del pasado. Porque el futuro no es así, el futuro siempre, siempre, es imprevisible. El futuro no puede ser comprendido a partir de lo que ya pasó, solamente de manera marginal. El futuro está conformado por el pasado, pero también uno puede pensarlo como un meteorito sin pasado, que todo el tiempo está llegando al planeta Tierra.
— En 2020, publicaste el libro The Andean Information Age junto a Alessandra Troncone en el que combinas estos dos mundos tecnológicos, ¿en qué consistió el proyecto?
— Sí, sí. Lastimosamente aún no está traducido al español. Es un libro que plantea las posibles conexiones entre una tecnología particular de los Andes que son los quipus, que es un sistema fascinante, que era generalmente usado como lo que hoy llamaríamos una hoja de cálculo, y la actualidad. Entonces, este sistema era además muy diferente al que heredamos de Europa, que a su vez se tomó de China, que era el sistema para codificar el mundo en dos dimensiones, la dimensión del papel y de los signos con tinta que era muy usada por la burocracia china y que la hizo uno de los imperios más sofisticados del mundo mucho antes la Edad Media europea y todo eso.
Por su parte, el sistema de los quipus, a diferencia de este sistema chino, es tridimensional, hecho con sogas en el espacio y que contiene varias formas de codificar información, ya que tienes una soga horizontal y luego unas verticales y las verticales, a la vez, diferentes nudos que simbolizan diferentes números, etcétera. Según cálculos, que se han hecho desde la Universidad de Harvard, el sistema de los quipus es equivalente en la complejidad de su codificación al sistema de escritura chino. También este sistema podía codificar lenguaje, pero esa parte es muy poco comprendida aunque se han hecho unos cuantos avances. He conversado con un investigador muy interesante, Mani Medrano, sobre un planteo puntual del tema de la codificación del lenguaje. Es interesante, además, porque hay un mito sobre que la escritura no había existido en las Américas antes del idioma español, pero la evidencia comienza a emerger como lo contrario, ya de forma más creativa, estudiada. Entonces con el sistema de los quipus planteamos en el libro “¿qué futuro pudo haber emergido tecnológicamente si este sistema no hubiera sido suprimido de forma tan efectiva durante la colonia?” A las pocas décadas que llegan los españoles, pues se dan varias órdenes en forma clara que tienen que ver con la destrucción de cualquier tipo de escritura y la prohibición de la educación. De hecho había, lo que uno llamaría hoy universidad, con sistema de estudio de cuatro años para aprender cómo codificar en quipus que se daba en Cuzco y en otras partes de lo que era el Incanato.
— ¿Qué otras preguntas se generaron?
— Bueno, tienes esa pregunta “¿qué futuro pudo haber emergido de un pasado que fue suprimido, de un pasado tecnológico expandido?” Y lo otro que planteamos fue “vamos a imaginarnos también ese futuro”. Creo que es realmente necesario pensar estas tecnologías, que uno podría llamar como premodernas, pues forman parte de un continuo de la humanidad que generan diferentes tipos de conocimientos y tecnologías y ciencia. Entonces, en el libro planteamos potenciales conexiones entre el sistema de quipus, la inteligencia artificial, la realidad virtual y habían cosas muy interesantes. Tienes también el hecho de que pensar en las tecnologías ancestrales no es sólo un tema de reivindicación simbólica, sino que también te permite pensar incluso de forma práctica, sobre qué aspectos de esas tecnologías se han perdido y que hoy nos hacen falta. Entonces surge un hecho fundamental y es la carencia de háptica en las tecnologías actuales.
— ¿De qué se trata esta carencia?
— La háptica la define Jaron Lanier como “la sensación de tener un cuerpo”. Mucho de nuestra comunicación hoy suceden en dos dimensiones. Por ejemplo, esta conversación es por medio de las pantallas. Entonces una de las razones por las cuales la realidad virtual tiende a fallar es que sus sistemas suelen ofrecer una experiencia inmersiva pero que solamente involucra a dos sentidos, la vista y el oído. Nuevamente, Lanier, que tiene un libro bellísimo sobre la historia de la realidad virtual y es un gran teórico del tema, dice básicamente que es como tomar la misma televisión vieja del siglo XX y ponértela alrededor de tu cabeza, y que lo que haría falta realmente para que sea inmersiva es la presencia, la sensación de que tu cuerpo participa de esas acciones. Y cuando piensas en los quipus es fascinante ver que es un sistema de conocimiento y de codificación háptico, incluso el tipo de material y el color de la soga, porque se usaban diferentes tipos de fibras, codificaban información. Entonces, era un sistema que veías como si fuera una hoja en blanco o como si fuera esta pantalla de Zoom, pero realmente era un sistema que consistía en la manipulación en tres dimensiones espaciales con tus dedos, teniendo una relación con el conocimiento y con el cuerpo bastante compleja y bastante natural para la forma en la que cognitivamente funcionamos los seres humanos. Nuevamente, creo que hay cosas allí muy interesantes, no solamente como reclamo simbólico, político, sino que incluso revisitar estas tecnologías perdidas nos permiten recordarnos qué es lo que nos hace falta el día de hoy con nuestras propias tecnologías.
— Es interesante lo que contás, esta separación que hacés, porque generalmente en el mundo del arte, cuando se hace una recuperación de ciertas tecnologías o de ciertas técnicas relacionadas con saberes ancestrales, tienen que ver más con un reclamo simbólico, con propuestas contemporáneas con técnicas del pasado. También hay, en muchos casos, como un statement político anti colonización.
— Siento que en el arte hay una gran limitación cuando se hace un reclamo simbólico-político del pasado. No es que esté mal hacerlo, en muchos casos tiene mucho sentido, pero quedarte allí te deja en una posición reactiva frente al mundo. El pasado nunca va a poder ser enmendado. O sea, primero, si uno pensara en estos temas más políticos, sociales, desde la dimensión de la terapia, si quisieras que todo aquello que fue mal en tu vida fuese de alguna manera enmendado y que todos aquellos que están alrededor tuyos reconozcan el sufrimiento que probablemente has vivido, buena suerte, porque eso es imposible. Segundo, te deja en una reacción de dependencia simbólica frente al pasado, frente a la injusticia y, tercero, no te enseña nada sobre qué hacer con tu futuro. Lo mucho que puedes sacar de estas lecciones es qué es lo que no quieres volver a hacer, pero de ahí a generar, por ejemplo, nuevos hábitos, nuevos rituales, poder respirar un aire que no esté inundado por una memoria opresiva, hay una distancia.
Además, creo que te deja muy mal parado como ser humano y también como sociedad cuando tienes este nivel de dependencia reactivo frente al pasado y en Latinoamérica ya llevamos 200 años de la historia de la colonización. Por supuesto, los hábitos y la matriz colonial han permanecido, pero esa matriz no es la totalidad. Y aquí también yo siento que hay otro problema simbólico muy grande, que es en gran parte la mentalidad del pensamiento crítico latinoamericano.
— ¿En qué sentido?
— Y es que el colonialismo se termina hace 200 años y los teóricos de, por ejemplo, el pensamiento decolonial, se plantean algo que es cierto y es que ya se terminó ese régimen político, pero lo que quedó instalado en la sociedad es una matriz colonial, por mentalidades, por estructuras sociales, por castas, etcétera. Todo eso es cierto, pero es una explicación muy incompleta de toda la complejidad que sigue pasando en el mundo. Si te detienes allí, terminas en una posición reactiva frente a la vida y al pasado, termina siendo “esto estuvo mal” y tratas de entender tu pasado como la consecuencia. Te quedas en la noción de que tu presente es la consecuencia de un pasado injusto y que tu presente es injusto porque el pasado era injusto. Pero sucede que hay mil otras cosas pasando y, nuevamente, el futuro no es solamente la consecuencia lógica del pasado. El futuro no es un ente newtoniano que es subyugado por las leyes de la gravedad. El futuro es literalmente el devenir que llega como un meteorito todo el tiempo a nuestras vidas. Y esa parte importantísima que forma parte de la ecuación de nuestras vidas no cabe para mí dentro de las explicaciones típicas del pensamiento crítico americano. Creo que nos deja muy mal parados el hecho de estar en una posición reactiva frente al pasado y también al presente, estar en contra de lo último. Naomi Klein, cuando Donald Trump gana las elecciones, se tomó un tiempo de silencio en Twitter y todo eso para digerir el fenómeno político que estaba pasando en Estados Unidos. Y ella cuenta cómo sus amigos se la pasaban indignados día y noche, respondiéndole a Trump por todas las barbaridades que el tipo decía y escribe un libro en el que plantea que si te pones en una mentalidad reactiva frente a alguien como Trump, lo único que haces es alimentar el monstruo porque él se alimenta de tu reactividad y hablaba ahí de más bien plantear una postura activa frente a lo que estaba pasando. Eso me resultó muy inspirador en todo esto, como que la tendencia es quedarse en la posición reactiva y en Latinoamérica, por ejemplo, es lo que está pasando en las fronteras tecnológicas, que se están moviendo a una velocidad impresionante.
— ¿Cuál es la importancia que le das a la IA?
— Es un paradigma nuevo. Me preguntaba hasta hace unas semanas atrás, cuando salió al público este primer sistema de inteligencia artificial multimodal abierto al público que es el chat GPT4, si era puro hype. El GPT4 es impresionante, puedes generar imágenes, texto, comprensión, etcétera, en un solo sistema multimodal con el que puedes conversar usando un lenguaje natural. Es el momento ya de la integración multimodal y algo así es una invención de tamaño gigante, como el motor a vapor o la electricidad.
— En el caso de la inteligencia artificial hay una mirada en muchos casos, parafraseándote, como que en algún momento nos va a caer un meteorito, porque son tan grandes las posibilidades que nadie puede siquiera estimar hacia dónde se va a dirigir.
— En algunos momentos en la vida hace falta ponerle pausa a los sesgos propios, a esa necesidad a veces miedosa de ser crítico como para refugiarse en alguna certeza en medio de circunstancias que están cambiando aceleradamente. Yo estoy más bien con mucha curiosidad. He estado también trabajando con inteligencia artificial en una universidad en Estados Unidos, desarrollando algunos proyectos y también con el equipo del Studio Antimundo, con quienes seguimos programando con inteligencia artificial. No soy ni desarrollador, ni programador, ni nada de eso, pero dentro de mis limitaciones, sobre todo estando cerca de gente que son expertos en el tema, me sirve para experimentar y comprender cómo funciona y tratar de estar lo más desprejuiciado posible. Siento que aquí el miedo a uno le puede engañar mucho y lo puede dejar paralizado.
Yo no quiero quedarme paralizado, atrapado por el miedo, sino más bien jugar con esto, ver de qué va. Tratar de comprender en la medida de mis posibilidades posibilidades qué pueden hacer y también ser crítico y entenderles un poco cómo funcionan. Es cierto también que no se puede prever hacia dónde va esto. No tengo idea en qué va a terminar, pero personalmente lo menos que quiero hacer es quedarme petrificado, sintiéndome bien conmigo mismo con el discurso de que “son empresas malísimas”. Lo que quiero hacer es poner en pausa mi juicio, mi juicio moral y estar abierto a comprender qué es lo que está pasando.
— Te niegas a ser reactivo con la inteligencia artificial también.
— Sí. Es que si yo quisiera ser, digamos, crítico o reactivo siento que sería demasiado pretencioso de mi parte. ¿Cuál es la trinchera desde la cual hacer este tipo de postura y que sea una trinchera legítima? Porque obviamente hay unos aspectos que son cuestionables, como la de los copyrights, porque tampoco estoy para hacer apología de estas corporaciones, pero al fenómeno tecnológico sí quiero ser muy abierto.