En la encrucijada del narcotráfico internacional se hallan las historias ocultas de cien familias peruanas, entrelazadas en una red clandestina que mueve cientos de kilos de cocaína anualmente desde el Aeropuerto Internacional Jorge Chávez hacia destinos tan lejanos como Australia y Asia, donde el valor de cada kilogramo puede alcanzar los 100 mil dólares.
El combate contra este fenómeno se intensifica día a día en Lima, donde el Equipo Especial de la Dirección Antidrogas de la Policía Nacional (Dirandro) opera con minuciosidad casi quirúrgica. Su misión: detectar y desarticular a los burriers, los transportistas humanos de la cocaína, quienes arriesgan su libertad a cambio de dinero rápido. No hay un perfil definido para estos actores involuntarios de una economía ilegal que, según estimaciones, ocupa el tercer lugar solo superado por los sectores mineros y de trata de personas en el país.
Entre los países productores de cocaína más importantes
Perú, segundo productor mundial de cocaína después de Colombia, es la cuna de este negocio clandestino que florece en regiones como el Vraem y Huallaga, donde un kilogramo de cocaína se adquiere por unos 1,300 dólares, un precio insignificante en comparación con los 100 mil dólares que podría alcanzar en el mercado asiático una vez que atraviesa varios controles de aduanas en los aeropuertos de Europa, según Contracorriente. Esta disparidad de precios a lo largo de la cadena de distribución es la gasolina que alimenta la maquinaria del narcotráfico global.
Las tácticas de los traficantes son variadas y se adaptan a las medidas de seguridad cada vez más sofisticadas implementadas en los aeropuertos peruanos. Desde ocultar pequeñas cantidades en la ropa y maletas hasta la arriesgada modalidad de las “momias”, donde los burriers envuelven la droga en sus cuerpos con la esperanza de evadir la detección de los escáneres. Este último método, aunque desesperado y peligroso, ha proliferado en los últimos años, atrayendo a hombres y mujeres que, por necesidad económica o engaño, se ven envueltos en un viaje sin retorno hacia prisiones extranjeras.
El coronel Robert Trujillo, al mando de la División Aeroportuaria, explica que muchos de estos individuos son reclutados bajo promesas de viajes pagados y estadías en Europa, sin mencionar el riesgo mortal que conlleva cargar cocaína en su interior.
“Son captados por amigos o terceros que ofrecen una ganancia rápida a cambio de transportar esta sustancia tóxica”, señala Trujillo, subrayando la ingenuidad o desesperación de quienes se embarcan en esta peligrosa empresa.
Entre los operativos recientes
En operativos recientes, la Policía Nacional confiscó más de 250 kilogramos de cocaína en diversas modalidades de ocultamiento, lo que resultó en la detención de 59 individuos. Estas cifras reflejan el constante juego del gato y el ratón entre las fuerzas del orden y los traficantes, donde cada incautación representa una victoria en la lucha contra un enemigo insidioso que socava los cimientos de la sociedad peruana.
En un contexto global donde el narcotráfico es un engranaje vital de economías criminales, Perú se encuentra en la primera línea de batalla, enfrentando desafíos que van más allá de sus fronteras geográficas. La cooperación internacional se vuelve crucial para abordar este flagelo desde sus raíces y mitigar sus efectos devastadores en las comunidades locales y la seguridad mundial.
Mientras tanto, en el Jorge Chávez, la rutina de revisar maletas, escanear cuerpos y vigilar cada movimiento se convierte en la primera línea de defensa de una nación determinada a proteger su soberanía y a sus ciudadanos de los estragos del narcotráfico. En cada vuelo que despega hacia destinos distantes, se libra una batalla silenciosa, pero considerable por la integridad y el futuro de un país que busca desesperadamente romper las cadenas de la dependencia del narcotráfico.