El anuncio el 2 de junio de 2014 de la abdicación de Juan Carlos I como Rey supuso el fin de un proceso preparatorio previo que se había llevado a cabo rodeado del máximo secreto y abrió uno nuevo, esta vez público y rodeado de debate político, que debía culminar con la proclamación de su heredero como Felipe VI.
Entre una y otra fecha solo trascurrieron 17 días, un tiempo récord que fue posible gracias a que los dos grandes partidos, el PP entonces en el Gobierno y el PSOE al frente de la oposición, trabajaron conjuntamente con Zarzuela para ello ya desde marzo, cuando Don Juan Carlos trasladó su decisión de abdicar al presidente, Mariano Rajoy, y al líder de los socialistas, Alfredo Pérez Rubalcaba.
«No deseabamos que el periodo superara más de un mes», ha reconocido esta semana en un acto en el Ateneo organizado por la Agrupación Sabatini el entonces presidente de la Casa del Rey, Rafael Spottorno, para quien hubiera resultado «políticamente bastante torpe» mantener la situación de «interinidad» y el relevo en el trono sin consumarse mucho más tiempo.
Pero para que esto ocurriera había que cumplir con un trámite estipulado en el artículo 57.5 de la Constitución, la aprobación de una ley orgánica que permitiera efectivamente al Rey abdicar. La idea desde el principio, según Spottorno, fue que se tratara de una ley de artículo único y con una disposición final, sin abrir el melón a otras cuestiones relacionadas con la Corona, algo de lo que también les disuadió Rubalcaba, consciente de que sería más complicado para los socialistas dar su visto bueno.
NO CONTAR TAMBIÉN CON EL PSOE HABRÍA SIDO UN DISPARATE
Para la aprobación de una ley orgánica es necesaria mayoría absoluta en el Congreso y en aquel momento el PP contaba con ella, sin embargo, defiende Spottorno, no hubiera sido «sensato ni prudente» sacar una norma de esta trascendencia sin contar también con el aval de los socialistas. «Se podría haber hecho», reconoce, pero en su opinión habría sido «un disparate político».
Don Juan Carlos «también lo tenía clarísimo» por eso, tras comunicar a Rajoy a finales de febrero o principios de marzo que había decidido abdicar hizo lo propio con Rubalcaba, explica, subrayando que el antiguo monarca siempre ha estado «infinitamente agradecido de la colaboración y actitud tanto del jefe de Gobierno como del jefe de la oposición» en lo relativo a su abdicación.
En el caso de Rubalcaba, su voluntad de que el proceso saliera bien le llevó incluso a posponer su salida como líder del PSOE, tal y como recordó quien entonces era su mano derecha, Elena Valenciano, en el citado acto en el Ateneo. Al día siguiente de las europeas del 25 de mayo, tras el mal resultado cosechado por el PSOE, Rubalcaba anunció que dejaba el cargo pero en lugar de hacerlo inmediatamente permaneció hasta la celebración en julio del congreso del partido.
«No es que se quedara para gestionar él la abdicación, pensaba que era mejor que lo gestionara él que estaba de salida», relata Valenciano, y por ello podría «dar la batalla» en las filas del partido en lugar de tener que cargárselo a quien le sucediera, que finalmente sería precisamente Pedro Sánchez, actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
EL PAPEL DE RUBALCABA
La labor de Rubalcaba era convencer a los diputados socialistas de que había que votar a favor de la abdicación. «No fue nada fácil», recuerda Valenciano, «hubo momentos en que parecía que el grupo se iba a quebrar». Finalmente, solo un diputado socialista, Odón Elorza, optó por abstenerse, mientras que otros dos se ausentaron para no tener que romper la disciplina de voto.
El día de la votación, en un discurso que aplaudieron incluso algunos diputados del PP, Rubalcaba esgrimió que para el PSOE no cabía «otra posibilidad» que votar afirmativamente puesto que la ley decidía «sobre la abdicación y solamente sobre la abdicación».
«No vamos a votar la sucesión del Rey Juan Carlos I por su hijo, el Príncipe de Asturias. Eso ya lo votamos aquí en esta Cámara en 1978 y lo ratificó ampliamente por referéndum el pueblo español cuando votamos la Constitución», recalcó, incidiendo en que un voto contrario sería «un dislate». Se trata, remarcó, de «cumplir con la Constitución» que los socialistas ayudaron a crear y de cumplir la ley, que «es una obligación ineludible, insoslayable del Congreso de los Diputados en un Estado de derecho».
Pero antes de que se produjera esa votación hubo que acelerar todos los trámites. Así, el 3 de junio, al día siguiente del anuncio oficial, el Consejo de Ministros remitió a las Cortes Generales el proyecto de ley orgánica, cuyo texto ya había sido elaborado de antemano los meses previos en un trabajo conjunto entre Zarzuela, el Gobierno y el PSOE.
Esa misma tarde, la Mesa del Congreso admite a trámite el proyecto de ley orgánica y dispone su tramitación de urgencia. El 11 de junio se celebra el debate en la Cámara Baja al término del cual la ley sale avalada por 299 votos a favor, 23 abstenciones y 19 votos en contra, tras haber sido rechazadas las distintas enmiendas presentadas para reclamar un referéndum sobre la monarquía. El texto se remite entonces al Senado, que da su aval el 17 de junio con 233 votos a favor, cinco en contra y 20 abstenciones.
CEREMONIA DE ABDICACIÓN
La ceremonia solemne de abdicación se produjo el 18 de junio en el Salón de Columnas del Palacio Real. Ante unos 150 invitados en representación de las principales instituciones del Estado, Don Juan Carlos, que acudió pertrechado de un bastón y con visibles problemas para caminar, sancionó y promulgó la ley orgánica.
«Su Majestad el Rey Don Juan Carlos I de Borbón abdica la Corona de España», rezaba la ley, de artículo único, en la que se estipulaba que la norma entraría en vigor en el momento de su publicación en el BOE. Esta sería la última ley que el monarca firmaría tras casi cuatro décadas de reinado.
Una vez firmada la ley, fue el turno de Rajoy de refrendarla, poniendo su firma junto a la de Don Juan Carlos. Tras ello, ambos estrecharon sus manos y a continuación recibió un beso de apoyo de Doña Sofía y un fuerte abrazo de su hijo, quien en unas horas se convertiría en Felipe VI. Los asistentes ‘regalaron’ al todavía Rey un sonoro aplauso que se prolongó durante dos minutos, mientras que sus nietas, Leonor y Sofía, le dieron también un beso y un abrazo.
Al día siguiente, tendría lugar el último acto, en el que ya Don Juan Carlos no estaría presente, la proclamación de su hijo como Rey. Dado que en España los reyes no son ni coronados ni entronizados como en otras monarquías, como se ha visto recientemente en el caso de Carlos III de Inglaterra, se dispuso simplemente un acto ante las Cortes Generales.
«Tenía que ser un acto solemne, digno, acorde con la importancia del momento, pero en modo alguno constitutivo de un permiso, de una sanción de las Cortes», señala Spottorno, habida cuenta de que en realidad Don Felipe era Rey en virtud de la Constitución desde el momento en que su padre dejaba de serlo, es decir, cuando la abdicación se hizo oficial a primera hora del 19 de junio en el BOE.
Además, antes de que esto se produjera, el Gobierno había procedido también a modificar el real decreto sobre régimen de títulos, tratamientos y honores de la Familia Real y de los Regentes de 1987 para aclarar el tratamiento que recibirían Don Juan Carlos y Doña Sofía. Ambos continuarían recibiendo vitaliciamente el tratamiento de Rey y Reina y el tratamiento de majestad, aunque popularmente el término que se terminó imponiendo fue el de eméritos.