Irene Martín

Málaga, 4 jun (EFE).- Las tortugas marinas, grandes migradoras que llegan a nuestras costas entre primavera y otoño a través del Estrecho de Gibraltar para alimentarse, han comenzado a colonizar el Mediterráneo occidental, una zona cada vez más «recurrente» y «óptima» para sus puestas debido al cambio climático.

La variación de las temperaturas atrae a especies como la tortuga boba, la verde o la laúd, originarias del Atlántico o del Mediterráneo oriental, hasta las playas occidentales, convertidas ya no solo en áreas de paso y alimentación, sino en lugares adecuados para la puesta de huevos, que nacen con uno u otro sexo en función de las condiciones ambientales y no de su genética.

Así lo explica a EFE el investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO) José Carlos Báez, que advierte que desde 2002 se han observado «puestas ocasionales, pero con el tiempo recurrentes», que llevan a la comunidad científica a «sospechar» que se está produciendo «una especie de colonización del Mediterráneo occidental» por parte de las tortugas marinas debido a la «subida de las temperaturas globales», lo que afecta a «su comportamiento y uso de la zona».

Estos ejemplares de sangre fría, que predominantemente proceden de Florida (Estados Unidos) o del archipiélago africano de Cabo Verde, de alguna manera «perciben que las condiciones no son óptimas» y tratan de buscar nuevas playas para sobrevivir, como ya lo hicieron a «cataclismos» a lo largo de la historia.

Andalucía, el Levante español, el norte de África e Italia son regiones que están albergando en repetidas ocasiones estas poblaciones de tortugas, tradicionalmente asentadas en el Caribe. Allí hay «indicios» de que el 98 % de las crías de tortuga que nacen son hembras, lo que supone un problema para esta especie, que se guía por la «filopatría», es decir, la tendencia a volver a las playas donde nacieron.

En las playas occidentales se han detectado «nuevas poblaciones mixtas» de tortugas nacidas con «padres» procedentes tanto de regiones orientales como del Atlántico, como lo confirman los análisis genéticos.

Por el momento, el ejemplar más característico y abundante del Mediterráneo (en el 90-95 % de los casos) es la tortuga boba (Caretta caretta). Las laúd (Dermochelys coriácea), que suelen estar en alta mar, representan el 7 u 8 % de la población, mientras que rara vez se puede ver la tortuga verde (Chelonia mydas), señala a EFE el biólogo marino José Luis Mons.

Las tortugas marinas llevan años en riesgo de desaparecer en todo el mundo. De las siete especies que existen, seis están catalogadas como «vulnerables» o en «peligro crítico de extinción», afectadas por el cambio climático, problemas de conservación y, sobre todo, por el impacto de la acción humana en el mar por la contaminación y las embarcaciones.

«Son especies amenazadas por la contaminación, la alteración de la zona de puesta, la interacción con los barcos y las redes, etcétera. Están muy mermadas, se han pescado de muchos sitios y se han cogido los huevos para comerciar con ellos», destaca Mons.

A ello se suma el exceso de la presencia humana en su hábitat de reproducción, principalmente en verano, momento en el que no pueden encontrar tranquilidad por el exceso de ruido, iluminación y alteraciones directas en sus nidos, incluso con las máquinas de limpieza de arena.

Pero, por encima de todo, el mayor problema al que se enfrentan las tortugas marinas es la alta acumulación de plásticos en el mar, lo que les produce amputaciones al quedarse enganchadas a ellos o a redes, o indigestiones al confundirlos con medusas u otros de sus alimentos, cosa que puede ocasionarles la muerte.

«Se han encontrado tortugas con más de un kilo de plástico en el estómago, con trozos de papel de caramelo, de nailon, tapones de botella, anillas, todo lo que se puede encontrar flotando o en el fondo del mar la tortuga lo ingiere», subraya el biólogo.

Mons y Báez coinciden en la importancia de la conservación para la recuperación de estos animales marinos. Con la actuación y cuidado debidos, aseguran, se ha conseguido mejorar la población de tortugas como la boba, que en los últimos años se ha mostrado menos vulnerable en el Mediterráneo.

No obstante, para conseguir resultados a nivel global, el investigador del IEO incide en la necesidad de ampliar las leyes de conservación de la naturaleza y alcanzar un «consenso» entre países para proteger su hábitat, tanto en tierra, con la protección de los nidos, como en el mar.

«Son grandes migradores que atraviesan muchísimos países. Hay que aunar esfuerzos y remar en la misma dirección para alcanzar el objetivo 30×30 (para proteger el 30 % de los océanos del mundo para 2030), pero hay mucho trabajo todavía que hacer», recalca Báez.

El experto incide en que «de alguna manera tiene que convivir el bienestar humano con la conservación» y que la única manera de lograrlo «es dejar espacio libre para la naturaleza». EFE

1012110

imm/gb/fs/pss

(Foto) (Vídeo) (Audio)