“Antes era el cabaret de la Tía Mary, ahora es el bolonqui de Mario”, bromea soplete en mano “Don Gómez” o Marito. Así lo llaman en General Madariaga desde que llegó de Buenos Aires hace ya un par de décadas y abrió “El Triángulo”, su taller de chapa y pintura en el local donde allá por los años 80/90 funcionó un burdel. Ahí mismo, un grupo de mujeres era sometida a ejercer la prostitución a cambio de un lugar para vivir, un plato escaso de comida y algunos pesos que les quedaban, algo así como el 30 o 40 por ciento de lo “recaudado”. Ahora se reparan motores y los clientes lo eligen para poner a punto sus autos por la calidad y la impresión de sus pigmentos cuando sufren un choque.
Tiempo atrás los parroquianos que asistían allí —pocos lugareños y buena parte choferes o viajantes que estaban de paso—, llegaban para tomar una copa, cerveza en su mayoría, alguno que otro también bailaba si lo deseaba al ritmo de una rockola que funcionaba con fichas, y otros iban en busca de sexo que practicaban en una pieza acondicionada en el lugar. O, si lo preferían, fuera de allí pagando valores más altos.
Hasta ahí algo tan conocido como ilegal, la trata y la explotación de personas por dinero sacando provecho propio de la necesidad de cada una de las mujeres, a las que no les quedaba otra alternativa para sobrevivir.
El tema fue que durante el año 1998 los vecinos de General Juan Madariaga —distante 31 kilómetros de Pinamar— empezaron a advertir la llegada de unas cuantas chicas de origen dominicano, algo que en mayor o menor medida sucedió en diversas partes del país. Arribaban en aviones, engañadas con la promesa de que trabajarían como cocineras, empleadas en hogares o cuidando niños. Pero la realidad resultó muy distinta y fueron sometidas a vender su cuerpo por plata para una cadena de proxenetas que operaba a nivel internacional y local.
Ante el gran número de mujeres de ese origen que fueron arribando a la Argentina y terminaron explotadas, las propias autoridades dominicanas realizaron las correspondientes denuncias ante la jueza de instrucción María Fontbona de Piombo, que investigó a un grupo de dominicanos y argentinos que traían jóvenes para trabajar de prostitutas bajo amenaza de muerte a ellas y sus familias. Provenían de Santo Domingo y las asustaban con revelar su situación irregular si daban a conocer identidades o contactos de quienes integraban la cadena mafiosa.
Mientras la policía detenía a muchas que ejercían la prostitución, Amanda Cabral, la cónsul de República Dominicana aseguraba que a miles de compatriotas las hacían recorrer el país. Las iban rotando a manera de posta para que no las detuvieran cuando cada autoridad local comenzaba a advertir que sus situaciones eran irregulares.
En Madariaga, varias de las caribeñas que llegaron fueron reclutadas por una mujer rubia que había llegado hace muchos años proveniente de Dolores, conocida popularmente como la Tía Mary –cuyo nombre era María Killamet— que regenteaba el archiconocido cabaret ubicado en Carlos Pellegrini y calle 2, que no fue el único, ya que a lo largo del tiempo existieron varios como Plumas Verdes, Las Vegas, Momentos, Marionetas…
La curiosidad fue que el piringundín de Mary tenía la atracción de la presencia de las dominicanas, que casi desplazaron a las nacionales y se llevaba la mayoría del público habitué a los clubes nocturnos. Pero la voz empezó a correr y una noche la policía llegó de sorpresa. No solo se hizo presente el comisario Carlos Latorre, responsable de la dependencia local, sino también efectivos de la Subdelegación Departamental de Investigaciones. Tres de las dominicanas estaban trabajando y terminaron detenidas. Mary, como era habitual, por supuesto no estaba en el lugar. Pero al día siguiente logró que ya estuvieran libres y pudo levantar una clausura preventiva. Enseguida se dio cuenta de que se le había planteado un problema difícil de resolver. La mayoría de ellas presentaba inconvenientes con su pasaporte. O se lo habían retenido los cafishos para tener pleno dominio sobre ellas, o tenían visas de turistas ya vencidas.
Por lo tanto, se le ocurrió o le acercaron una idea como solución definitiva “para alejar a la yuta y que se dejara de joder”, repetían furiosos “sus asesores”. Alguien con conocimientos legales aportó que si cada una de las chicas que había captado se casaba por civil con un argentino, lograría tener su Documento Nacional de Identidad y obviamente la correspondiente residencia en el país. Y con el correr del tiempo todas podrían ir por más, tramitando si quisieran la ciudadanía.
Así Mary y sus secuaces salieron a buscar candidatos. No les resultó tarea fácil, hasta que empezó a circular la versión de que a los proyectados maridos, si aceptaban, les pagarían mil pesos de entonces. Verdad o mentira, la cuestión es que los fueron consiguiendo uno a uno, salvo que los devenidos en candidatos hayan experimentado la coincidencia de enamorarse y decidieron casarse todos al mismo tiempo…
La cuestión fue que la mañana del 22 de diciembre de 1998 seis parejas se presentaron en el registro civil ante el juez Jorge Paso. Las bodas fueron tan públicas y anunciadas que bastantes vecinos se dieron cita para arrojar el clásico arroz. Cómo habrá corrido la novedad que un camarógrafo y un cronista del tradicional Canal 4 de Madariaga estaban presentes y la noticia pudo verse y escucharse en las dos ediciones de su noticiero. No fue todo, también la clásica casa de fotos local de Julio Montenegro tomó las imágenes de la ceremonia que ilustran esta nota. Así se pudo ver a los tórtolos abrazados posando con los talas de fondo, recién casados al salir de la dependencia oficial ubicada en la calle Mitre, luego de jurarse amor eterno ante el magistrado “tanto en la salud como en la enfermedad”.
La testigo y madrina excluyente de las seis bodas fue nada más y nada menos que la Tía Mary, que lució un trajecito de tono oscuro y el cabello recogido con un rodete. En el pueblo fue toda una revolución. Sus habitantes hablaban de “el casamiento internacional entre dominicanas y madariaguenses”, cariñosamente, no de manera burlona, sino para darle un título y un marco al acontecimiento. Este cronista pudo alcanzar a ver el tape de los archivos de la emisora televisiva y tomó nota de lo que el juez expresó: “Resulta trascendental para los contrayentes y para el Estado que ve en la familia legítima la base de la sociedad. Obliga a los deberes de asistencia, fidelidad y convivencia en la misma casa, consagrados en los artículos 198, 199 y 200 del Código Civil. Por eso ante la ley uno en matrimonio a Miguel Guido (trabajador rural) y Jorgita Aquino Familia; Carlos Rubén Villarreal (trabajador rural) y Juana López Gomera; José Cabral (trabajador rural) y Valentina Díaz García; Enrique Humberto Gari (trabajador rural) y Evelyn Altagracia Camposanto Corporán; Guillermo Miguel Arriola (trabajador municipal) y Rosa García y Roberto Fermín Méndez (changador) y Única Contreras García…”.
Mientras tanto la justicia continuaba investigando más y más denuncias. A través de Interpol se conoció que en los periódicos de Santo Domingo seguían saliendo avisos en los que se solicitaban jóvenes para trabajar en la Argentina. Detrás de la pantalla de un futuro empleo legal convivía una organización que las recibía, las alojaba en Buenos Aires en pocilgas, y luego les planteaba que no tenían otro camino que prostituirse. La mayoría quedaba en la ciudad y otras eran destinadas al interior como ocurrió en prostíbulos de Comodoro Rivadavia, Trelew, Posadas, San Salvador de Jujuy y la costa atlántica entre otros destinos. La policía estuvo detrás de un dominicano apodado Juanito que manejaba las conexiones locales.
Cuando la noticia de las bodas madariaguenses llegó a los medios nacionales, al intendente de entonces, Adrián Mircovich, no le quedó otra que proceder a la clausura inmediata. El destino de las caribeñas fue tan incierto como hermético, aunque algunas se quedaron residiendo allí. Transcurridos los años por propia iniciativa y curiosidad, los alumnos de la Escuela de Educación Secundaria N° 5 de General Madariaga le plantearon a la docente Sheila Acosta Anzalone realizar un informe respecto al funcionamiento de los cabarets y recorrieron y fotografiaron cada uno de ellos en compañía y asesorados por su profesora. Algunos abandonados y entre ruinas como Momentos, luego Marionetas… Otro convertido en taller de autos como el de Mario Gómez, quien saludó amable cuando recibió a Infobae e invitó a recorrer el local que supo ser un tugurio para explotación de mujeres. El trabajo documental de los alumnos se presentó en el programa Jóvenes y Memoria de la Comisión Provincial de la Memoria.
El destino de la Tía Mary fue trágico: años más tarde la atropelló un auto mientras cruzaba para tomar el colectivo, por esas extrañas cosas que tiene el destino, de espaldas a las puertas de su ya clausurado cabaret.