Imposible no escuchar, por repetición el nuevo eslogan de que en México “es tiempo de mujeres”. Pero ¿realmente lo es? Para nada, no para todas, no para nosotras.
Mi historia es sencilla, como la de todas: soy hija de dos maestros rurales, luchadores sociales y formadores de jóvenes; de una familia numerosa y criada en los valores del estudio, el esfuerzo, el nacionalismo, el amor a la familia, a la escuela, a la Patria y el respeto a las instituciones; también en la compasión, la protección de los vulnerables, la conciliación, la justicia diaria y sobre todo, en la honestidad y honradez absolutas.
Soy la única abogada de mi familia y no tengo parientes en el Poder Judicial Federal (PJF). Mis relaciones son dos familiares de mi esposo que adquirí al casarnos, cuando él también laboraba en el PJF, aunque hace años que se retiró. Ningún familiar me recomendó, ningún tío me postuló, no conocía a ningún ministro, juez ni magistrado.
Como titular no fui impuesta por ningún hombre, al contrario, Dios sabe que avancé en mi carrera incluso en contra de algunos y lo único que me abrió la oportunidad para llegar a ser Magistrada de Circuito fue la Carrera Judicial. Presenté ocho concursos de oposición, difíciles como no hay otro en el país, cuatro para poder ser juez y cuatro más hasta llegar a ser Magistrada.
Digámoslo de una vez: El Consejo de la Judicatura Federal no es el verdadero culpable del bajo porcentaje de mujeres juzgadoras (menos del 30 por ciento). Nunca se nos han puesto obstáculos a las mujeres, los exámenes son los mismos que para los hombres.
La verdadera culpable ha sido la cultura machista que vivimos en el país, esa zona de confort en la que convenientemente habitan los que decidieron imponer a las mujeres la carga de la crianza de los hijos, su disciplina y supervisión escolar; el cuidado de enfermos y de adultos mayores, el control de la casa, su limpieza y abastecimiento; de esa cultura injusta que nos pone en un pedestal cada 10 de mayo y el resto del año nos relega a la lavadora y a las filas de los bancos, esa mano invisible que sólo se extraña cuando ya no está. Eso, además del exiguo presupuesto que destina México a justicia, que nos obliga a afrontar las cargas de trabajo con cambios de residencia y con jornadas extendidas.
Fui pionera, sin querer, de los primeros exámenes para mujeres. Aunque en una conferencia me criticaron porque sugerí que hubiera exámenes sólo para mujeres, algunos años después se estaban implementando. La doble jornada de trabajo de las mujeres y este misógino e injusto reparto de oportunidades, reconocidos por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, es también lo que fundamenta y motiva la creación de esos exámenes exclusivos.
En los exámenes de oposición concursan cientos de aspirantes (a veces más de mil) para 50 o 25 plazas y se espera que en cada etapa se excluya a la gran mayoría; si llegan a pasar muchos, entonces se reduce el número de plazas a concurso, para conservar la competitividad.
Los exámenes constan realmente de tres: cuestionario de conocimientos, elaboración de proyectos y examen oral. Se deben preparar con muchos meses de anticipación e implica no dormir ni descansar en vacaciones para poder aprender y memorizar todo el material de estudio, sin descuidar las demás áreas familiares y mucho menos el trabajo. Fueron jornadas extenuantes, pero era la única forma. El feminismo en el PJF ha caminado lento, pero ha avanzado. Iba avanzando.
Por eso, muchos años le di prioridad a la crianza y al cuidado de mi familia y sólo cuando pude ver encaminadas estas obligaciones retomé mi sueño de ser titular. El sueño que tuve desde tercer año de la carrera, en que me enamoré del juicio de amparo, sueño que veía muy lejos de cumplir. Después de toda una vida, el primero de junio de este año me dieron adscripción como Magistrada de Circuito.
Cajas y cajas de material de estudio, cientos de horas de clases impartidas y tomadas, posgrados y actualizaciones sin parar, difusión en favor del empoderamiento y protección de las mujeres en el país, jornadas de sensibilización en pro de la perspectiva de género. Tengo más de 37 años de carrera judicial. Puedo decir que mi generación impulsó el feminismo en el Poder Judicial.
Cuando cumplí 35 años de servicio, mi sindicato me obsequió una medalla. Inesperadamente llegaron a mi oficina cualquier mañana y me la entregaron con un abrazo y la recibí con gratitud y lágrimas de emoción.
En cambio, la actual reforma judicial me recibe con un boleto para una tómbola y con la amenaza de un supra tribunal inquisidor que puede encarcelarme por hacer mi trabajo, por defender a la Constitución.
Por añadidura, estos días se señala, calumnia y ataca con violencia verbal y amenazas a una juzgadora que no hizo más que cumplir con su trabajo independiente, sólo porque otorgó una suspensión que no gustó a los otros dos Poderes. Clara prueba y confesión anticipada de la intensa y férrea persecución futura contra todo juez que se atreva a resolver en contra de esos intereses.
¿Y todavía se atreven a decir que es tiempo de mujeres? Para esta mujer que les habla, para mis compañeras titulares y trabajadoras aspirantes definitivamente no, no lo es. Queda claro que sólo es tiempo de algunas mujeres, para ciertas mujeres, sólo para las que se sometan ciegamente al nuevo credo.
#rechazamosestareforma;
#reformasíperonoasí
* Beatriz Moguel Ancheyta, Magistrada de Circuito del Tribunal Colegiado de Apelación del Décimo Octavo Circuito en Morelos